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TEXTO JUANJO AGUILAR

En 1948 dos físicos holandeses, Hendrik B.G. Casimir y Dirk Polder, propusieron la existencia de una fuerza atractiva y calculable generada por la interacción de dos objetos metálicos separados por una distancia muy pequeña asociada al vacío cuántico. Para

demostrar su teoría realizaron un experimento con un par de placas paralelas de metales neutros situadas en el vacío. Entre ellos se generó una fuerza de partículas virtuales que generaron una energía infinita. Las obras de Jesu Moratiel (1993) y An Wei (1990) son un eco de aquel primer contacto. Ambos artistas tienen algo de antinomia. El espacio que aparece en la obra de An Wei también tiene algo de virtual. Espacios destacables pero inconcretos, llenos de luz y de sombra, donde el objeto se sumerge o emerge hasta convertirse en un todo. El artista madrileño trabaja la superficie de una pequeña servilleta o de un inmenso muro con la misma sutileza. En este caso es el pincel quien guía sus actos y él es una suerte de golem movido por una fuerza ininteligible. Jesu Moratiel trabaja dos líneas discursivas aparentemente divergentes. Por un lado, su obra más matérica puede verse reflejada en sus grandes composiciones de ámbar donde flotan elementos orgánicos como abejas, lagartijas o huevos fritos. Por otro lado, trabaja una línea más inmaterial en sus impresiones 3D. An Wei y Jesu Moratiel son aquellas dos placas de metal suspendidas en el vacío, aquellos dos físicos holandeses que descubrieron que en un intersticio cabe la fuerza de todo un cosmos. Todo hito está llamado a repetirse y en este caso el diálogo entre sus obras es tan inesperado como aquella primera chispa de energía infinita.

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