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TEXTO JUANJO AGUILAR &
IGNACIO GONZÁLEZ OLMEDO

Me invade el olor a naranja oxidada, el color pálido de las cortinas de la cocina, las motas negras en los plátanos, la visión de aquel hoyo solitario en el campo de golf. La pintura, como fórmula, trata de capturar ciertas realidades compuestas de retazos que cambian con el pasar del tiempo. Tengo en la cabeza mi primer recuerdo y sin embargo no pondría la mano en el fuego por él. Queda tan lejano en mi memoria que es difícil seguir sus huellas. También recuerdos que, juraría, son irremediablemente ciertos, algunos tantos que no lo son y otros más que están por llegar.

 

Recordar es desenterrar los huesos amarillentos de una especie extinta nunca antes vista. Reconstruirla es un ejercicio que conlleva dedicación, estudio y una buena dosis de imaginación. Las partes blandas, los cartílagos y las vísceras de ese ser sólo pueden acaso intuirse de una forma vaga. He aquí este espécimen que fue y ahora existe únicamente como constructo. Los recuerdos no son elementos estancos e inmutables. Más bien, encontramos que el proceso de la memoria presenta ciertas dificultades y errores, confusiones y mezclas que producen en cada ocasión un recuerdo distinto. Una forma de comprender este proceso es entendiendo que recuperamos un recuerdo, esto es, que reproducimos cierto contenido estático almacenado en nuestro cerebro. Por el contrario, la experiencia del recuerdo más bien suele resultar desordenada y parcial. Si planteamos el acto de recordar como una actividad de reconstrucción y no de reproducción, marcada por la fragilidad más que por la fidelidad, podemos dar mejor cuenta de la forma en que vivimos esos recuerdos.

 

El contenido de estas memorias es dinámico, va siendo alterado con las sucesivas reconstrucciones y nunca vuelve a nosotros como algo definido y puro. Así, los recuerdos son fuente de una experiencia precaria y fragmentada. Justamente, las diferentes obras que encontramos en Beyond the Memories to Come son una ventana a esta suerte de proceder de la memoria. Traídas al espacio expositivo, las piezas de An Wei, entendidas como huellas de memoria, incitan a reconstruir esos recuerdos a través de objetos, texturas, motivos superpuestos y unos escenarios reconocibles pero que se antojan lejanos, como salidos de una dimensión muy similar a esta pero diferente en algún punto. Aproximarse a su pintura es asomarse a una ventana con el cristal craquelado y encontrar en cada uno de esos fragmentos la pieza de un paisaje inacabado. Es un asomarse y no un contemplar a secas. Su trabajo es una invitación a formar parte de esa reconstrucción del recuerdo.

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